El panteón griego y las divinidades locales
El panteón griego, la familia y las relaciones entre dioses, se constituye en época Arcaica (siglo VIII a.C.) mezclando divinidades de origen indoeuropeo, asiáticas y otras de las civilizaciones minoicas y micénicas del Egeo. Se trata de una religión politeísta que atribuye a los dioses todas las acciones humanas.
Los poemas de Homero nombran doce dioses Olímpicos, que habitaban en el monte con el mismo nombre, que vivían en eterna armonía, conociendo los actos de los mortales a través de los cantos de las Musas. Estos eran Afrodita, Apolo, Ares, Artemisa, Atenea, Hades, Hefesto, Hermes, Poseidón, Hera, Hestia quienes se insertaba en un panteón según el modelo de la sociedad aristocrática, a cuya cabeza se alzaba el rey y padre Zeus. Todas estas divinidades tenían títulos y atributos que los vinculaban a funciones concretas o a lugares, por ejemplo Atenea era diosa de los artesanos, Apolo el de la medicina o la adivinación o Deméter la que protege el campo y la agricultura. En la vida real estos atributos se multiplicaban por cientos adquiriendo distintas correspondencias, por ejemplo en el Ática están atestiguadas al menos diez variedades de Atenea.
«Doce dioses olímpicos recibiendo a psyche», Rafael Sanzio (1518-19)
Una característica de estas divinidades era su antropomorfismo, pues al igual que los mortales nacían, pasaban por la juventud o tenían relaciones amorosas. Pero también tenían atributos divinos y sobrenaturales como la inmortalidad, la felicidad, la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisapiencia.
Hesíodo es considerado como el primer teólogo de la religión griega, quien da forma al mito de la creación del mundo y crea una genealogía de las divinidades. Esta empieza con Zeus, hijo de Crono, que consigue su posición sobre todos los dioses tras la guerra contra los titanes. Como rey de los Olímpicos asigna derechos y deberes.
Como señala Heródoto en el siglo V a.C., Homero y Hesíodo fueron quienes aunaron las distintas líneas de la tradición y crearon una religión en la que se identificaban todos los griegos. En época clásica las divinidades mantuvieron los rasgos característicos que les había asignado Homero, llegando con el tiempo a fusionarse ampliamente con el espíritu cívico de la polis, pues el ascenso de las ciudades-Estado había requerido la invocación de divinidades protectoras. Entre las más conocidas sobresalen Hera en Samos, Artemisa en Éfeso o Palas Atenea en Atenas.
Recreación del interior del Partenón con la escultura crisoelefantina de Atenea Parthenos de Falke Jacob Von (1887)*
Además de las divinidades homéricas había otras deidades relacionadas con los cultos locales de las aldeas. Los dioses de los cultivos y de las labores agrícolas tenían un papel destacado en el calendario cultual. Otros grupos sociales tenían dioses o héroes adscritos a sus actividades, como, por ejemplo, los grupos de cazadores macedonios que se encomendaban a “Heracles el cazador” o las fratrías del Ática que invocaban a “Zeus Fratrio”. La esencia del politeísmo consistía en rendir honor a los dioses con la esperanza de recibir su favor o de apaciguar y prevenir la cólera divina.
La vida religiosa diferenciaba el culto familiar del culto ciudadano. Este último era asistido por sacerdotisas y sacerdotes, a los que no tenían obligación de asistir los ciudadanos. Las imágenes de los dioses tenían su residencia en los templos que se ejemplificaba con una estatua que salía del templo algunos días al año.
Además del calendario de cultos públicos, las familias tenían sus cultos domésticos en sus propiedades. También se celebraban sacrificios, se erigían estatuas o incluso templos, por no hablar de una infinidad de estatuillas recuperadas en contextos arqueológicos, especialmente en centros de culto de los griegos en occidente. Esos votos eran realizados con fines terrenales, como, por ejemplo, la concepción de un hijo, un parto feliz, la victoria militar, ganancias económicas o, muy especialmente, la recuperación de una enfermedad.
Por último, dentro de la religión griega no hay que olvidar la enorme importancia que tuvieron los cultos mistéricos y los oráculos, en los que se entraba en contacto directo con la divinidad. Entre los más famosos estaban los de Deméter y Perséfone en Eleusis y los oráculos de Apolo en Dídima y Delfos.
Los dioses romanos y el culto al emperador
Los romanos denominaban “religio” a los lazos que establecían con las divinidades. La religión tenía un amplio carácter político, pues eran las divinidades las que garantizaban la perduración y la prosperidad del Estado.
El panteón romano está conformado por divinidades de diversa procedencia, no solo aquellas de las tradiciones propiamente itálicas o de influencia griega, sino también por el contacto con el mundo exterior. Progresivamente se va a ir introduciendo un mayor número de ritos religiosos, conforme al mundo romano se va expandiendo. Estas nuevas divinidades se empiezan a introducir desde el siglo IV a.C. Por ejemplo, el culto a Apolo, la aclimatación de la Magna Mater de Asia Menor o la expansión de las religiones mistéricas helenístico-orientales. El panteón romano se define entonces por su capacidad integradora, politeísta, que ofrecía una gran flexibilidad y en la que solo se prohibieron aquellas religiones o cultos que pudieran producir tumultos, conjuras o crímenes.
Aion-Chronos, Zervan-Chronos o Chronos mitraico, era una divinidad sincrética que personificaba el tiempo infinito (MNAR, Mérida).
Entre las divinidades destacaba la tríada capitolina que simbolizaba la cohesión del Estado. Estaba formada por Júpiter, padre de dioses y hombres, Juno, reina de los dioses y benefactora del matrimonio, y Minerva, protectora de Roma, diosa de la sabiduría, la guerra y las artes. El panteón principal se completaba con otras divinidades importantes como Apolo o Marte, que eran la encarnación de la invencibilidad. También destacan Fortuna, Virtus, la Bona Dea e incluso la diosa Roma, que eran virtudes divinizadas que enlazaban ideológicamente los sistemas de valores privados/individuales y los públicos/colectivos en el Estado y la sociedad.
Grupo escultórico de la Tríada Capitolina, 160-180 d.C. (Museo Arqueológico Nacional de Palestrina, Roma)
La relación de los individuos con la religión se hacía en distintos grados. A nivel personal eran indiferentes las creencias que se pudieran tener, a no ser que pudiera afectar a las instituciones oficiales. Por otra parte estaba la religión oficial, que formaba parte de un calendario estatal, que era muy importante. Las fiestas sacras tenían lugar en público para que acudiesen un gran número de ciudadanos y se realizaban desfiles, procesiones, sacrificios y rituales dirigidos por colegios sacerdotales oficiales.
Con el establecimiento del Principado (27 a.C.) se van a introducir algunos cambios fundamentales. Por un lado, Augusto revivió los antiguos cultos nacionales romanos olvidados durante largo tiempo y va a fomentar la autoridad y la estricta moralidad, afectando en muchos casos al nivel personal de los ciudadanos. Pero, posiblemente, la mayor novedad va a ser el establecimiento del culto al emperador. El culto imperial estaba dirigido a honrar a Augusto como hijo del divinizado de César, aunque también va a llegar a incluir a otros miembros de la familia del emperador como Agripa, Tiberio, Lucio o Livia.
Los cultos y las fiestas empezaron a incluir cada vez con mayor frecuencia plegarias y alusiones a su persona y su familia. Lo más importante es que el calendario sagrado empezó a incluir nuevas festividades conmemorativas de fechas importantes para el “César”. El objetivo del culto imperial era crear un respaldo y demostrar la superioridad del gobernante mediante su adscripción a la esfera divina. Nunca llegó a tener un conjunto homogéneo de ritos al que se sintieran ligados los habitantes del Imperio, sino que estaba inspirado por una heterogeneidad propia de los distintos contextos provinciales.
Bibliografía
Barceló, P. (2001). Breve historia de Grecia y Roma. Alianza Editorial, Madrid.
Bermejo, González Garcia y Reboreda Morillo (1999). Los orígenes de la mitología griega. Akal.
Lane Fox, R. (2008). El mundo clásico: Epopeya de Grecia y Roma. Crítica, Barcelona.
Roux, P. (2014). “El culto imperial”. Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones, 25: 285-318.
*Web de procedencia de la imagen: http://eng.travelogues.gr/