“La cultura de la imagen”, es decir, aquella cuyo referente es la iconografía, no es algo nuevo y su uso propagandístico es tan antiguo como la propia política. La Roma antigua, un mundo en el que no se improvisaba nada, es un ejemplo de ello.
En la época imperial romana la imagen fue fundamental para la transmisión de mensajes con un objetivo político. En los retratos, relieves, hasta en la propia decoración de templos y edificios públicos se buscaba transmitir mediante iconos las ideas de los gobernantes. Desde el asentamiento en el poder de Augusto, se quiso manifestar y proclamar el nuevo orden: la “Pax Romana”, una nueva época de estabilidad y auge.
El emperador y su familia van a usar su propia imagen para crear una imagen de fortaleza y esplendor ante su pueblo. Los retratos de la familia imperial eran numerosísimos y llegaban a todos los rincones del imperio. Se situaban en lugares públicos con un gran tráfico de personas, como mercados, templos o el interior de los foros. Estos debían expresar las cualidades del emperador: Virtus, Potestas, Dignitas y Clementia.
Esta iconografía nos llega por dos vías principales: el retrato y la numismática. El retrato es una fuente que permite visualizar lo que cuentan las fuentes literarias, históricas y arqueológicas, aunque solo conservamos una pequeña parte de todos los que debieron producirse. Las monedas transmitían la imagen y lema de la familia imperial, siendo el texto que les acompaña esencial para identificar el retrato.
Pero en esta estrategia propagandística no solo tuvieron relevancia las representaciones del emperador, sino también las mujeres de la familia imperial, cuya notoriedad tiene una gran contraste con el papel secundario que habían tenido hasta entonces. Hemos de tener en cuenta que solo nos llegan aquellas mujeres que tuvieron el privilegio de ser retratadas y, más aún, las citadas en los testimonios históricos fueron sólo una excepción y pertenecen a una élite social.
Se trató de mujeres excepcionales, privilegiadas, con una educación y personalidad única que concibieron la vida de forma diferente al resto de las mujeres de su época, a pesar de que los valores tradicionales las seguían relegando, como reflejan las críticas constantes en la literatura del momento:
Su abuelo Marco Salvio Otón, hijo de un caballero romano y de una madre de condición humilde–y no se sabe si libre de nacimiento–, fue elegido senador merced a la influencia de Livia Augusta, en cuya casa había sido educado, pero no pasó del grado de pretor.
Suetonio, Ot., 1.1.
La virtud principal que van a transmitir las representaciones imperiales femeninas es la “respetabilidad”, pero, también, la de “Dominae”. Eran las matronas con autoridad de la casa imperial. Aunque estas imágenes podrían variar dependiendo del lugar donde fueran a ser situadas. Aparecen a veces divinizadas o asociadas a divinidades (siguiendo un modelo griego de madre y esposas de héroes); como sacerdotisas; o acompañando al emperador. En las monedas las mujeres se sitúan en el anverso, o en el reverso bien junto con otros miembros de la familia, transmitiendo la idea de fortaleza de la continuidad dinástica.
Las mujeres de la primera dinastía
Los retratos imperiales se caracterizan por cuidar al detalle la ornamenta, el vestido, los rasgos, la mirada, el porte, y toda la simbología que la acompaña. Desde Livia, las damas de la casa real fueron de gran importancia en la transmisión de los valores romanos. Además eran las garantes de la sucesión en el poder.
Vamos a ver que sus representaciones se van a relacionar con divinidades que representan valores de la fecundidad y maternidad, como Ceres, la Mater Magna o Cibeles, o también a través de ropajes que recordaban a la Isis egipcia; también como Venus, que es la madre de los romanos; la Concordia o la Fortuna, para el Estado, a través de elementos como la cornucopia; o también como Juno o Vesta, que representación la unión conyugal y la protección de la familia. Un ejemplo aparece en el Ara Pacis Augustae donde Livia se retrata como Venus Genetrix.
Livia como Ceres (15 – 20 d.C.) Museo Arqueológico Nacional.
En general, la representación, ornamentación, peinado o vestido, varían poco durante estos primeros momentos del Imperio. Algunas de las constantes que aparecen en sus representaciones son la sobriedad, la serenidad en la expresión del rostro. También suelen portar un peinado semejante, con cinco filas de rizos simétricos que enmarcan la frente y la parte superior de la cabeza, el pelo recogido en dos trenzas largas sujetas atrás y atadas en mechones, se doblan en la espalda. Otra característica de este peinado es que muchas veces lleva un flequillo recogido (Nodus), sujetado hacia atrás, como si de un tupé se tratase.
Este peinado puede modificarse haciéndolo más elaborado, con una raya al medio o crencha, con ondulaciones frontales y laterales que se recogen en la nuca y mechones trenzados a ambos lados del cuello, que junto a unos bucles sueltos, se representa en un camafeo atribuido al retrato de Agrippina Minor.
Camafeo atribuido a Agrippina Minor, 37 – 41 d.C. (British Museum, Londres)
Livia
Livia Drusilla (58 a.C.- 29 d.C.), que pasó a conocerse como Iulia Augusta en el 14 d.C. y Diua Augusta desde el 42, fue la primera, el ejemplo a seguir y la más representada de las emperatrices. Su larga vida dio pie a llevar a cabo sus expectativas y afianzar el nuevo papel femenino. Se casó en el 43 a.C. con Tiberio Claudio Nerón, de cuyo matrimonio nacieron Tiberio y Druso el Mayor, se divorció y en el 38 con Augusto, de quien no tuvo hijos. Por tanto, fue cónyuge del primer emperador y creadora de la dinastía, madre, abuela y bisabuela de princeps. Con ella se inicia el culto a las emperatrices, cuyas herederas tendrán un papel más protagonista y cercano al propio emperador.
Livia también impone un modelo de retrato que se repetirá, tanto en su atuendo como en sus facciones. Destaca por un conjunto que trata de transmitir la dignidad y la virtud conyugal. Se la representa como Augusta y como Mater, que garantiza la dinastía, así como la Pax y la Concordia de la política del Estado.
Agrippina Maior
Agripina Maior fue la esposa del emperador Germánico. Representa a la buena esposa y madre virtuosa, lo que hace que en muchas ocasiones se la represente al estilo tradicional republicano, con el recogido propio de ese periodo, aunque con una actitud majestuosa. Muchas veces sus retratos se confunden con los de su hija, Agrippina Minor.
Mesalina
Tras Agrippina Maior los peinados tienden a complejizarse y mostrar un mayor detalle, que culminan con la representación de Mesalina en el llamado “Camafeo de Mesalina”, tercera esposa de Claudio. En este aparece divinizada como Fortuna, con un rostro que parece idealizado, peinado que se remata con una corona de laurel, propio de los emperadores y cuyo tocado ya es todo un anuncio del cambio que gozan las mujeres: ondas, rizos, trenzas, lazos, vestido…
Agrippina Minor
Agrippina Minor, esposa de Claudio y madre de Nerón, continúa el estilismo al que había llegado Mesalina, pero haciéndolo más sencillo. Es la mujer más representada de las Julio-Claudias tras Livia. Lo que se quería representar era la sobriedad y moderación herederas de Augusto, que se veían a través de su imagen. Su imagen se presenta luciendo la diadema imperial, con un peinado suelto o en ondas. Desaparece así el recogido típico republicano. Se acerca mucho a las representaciones de la diosa Venus en el periodo Alto Imperial.
Las emperatrices de la primera dinastía tuvieron una influencia notable en la sociedad, que se hace palpable a través de sus representaciones, creando “moda” no solo al vestir, sino también siendo modelos de conducta y moral. El uso de su imagen pública no pasa desapercibido en el mundo de la investigación, sobre todo, en su papel en cuanto al culto imperial y la legitimación dinástica.
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Bibliografía
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Nogales Basarte, T. y Fernández Uriel, P. (2004) “La fuerza de la imagen: Iconografía de las princesas de la dinastía Julio-Claudia”. Akros: pp. 69 – 78.